jueves, 19 de julio de 2018

Cuento: El abuelo y el nieto


Hace mucho tiempo vivía un viejecito en una pequeña aldea muy cerca de un valle rodeado de altas montañas.
El pobre apenas podía ver, su visión era turbia. Le costaba mucho oír y sus rodillas temblaban, y le costaba mucho esfuerzo andar.
Se trastabillaba de continuo. Caía al suelo muy a menudo, dando con sus huesos en el frío y duro suelo.
Cuando comía apenas tenía fuerza para levantar la cuchara. Le temblaba el pulso y siempre manchaba de comida el mantel su propia ropa.
Por todo esto, la mujer de su hijo y su propio hijo sentían bastante asco. El pobre anciano se dio cuenta y decidió comer separado de su familia.

Aunque el pobre hombre se esforzaba, cada día se manchaba más y su familia cada día le hacía menos caso. El pobre viejecito lloraba casi a diario.
Hasta que llegó un día en que el hombre ya no podía ni aguantar su cuenco de comida. Se le cayó, ensució el suelo y se rompió en pedazos. Por todo eso, su nuera le regañó y le habló de manera grosera.
El pobre anciano no se atrevió ni a mirarla. Se resignó a bajar la mirada y la cabeza.
Por la tarde el hijo y la nuera fueron al mercado del pueblo. Allí vieron a un hombre tan mayor como el pobre viejo. Pero iba muy arreglado aunque con ropas estrafalarias. Vendía cuencos, y compraron uno.
Cuando el matrimonio llego a casa vieron a su pequeño hijo de cuatro años intentando arreglar el cuenco roto. Le preguntaron qué hacía. La respuesta les dejó helados. Quería juntar los trozos y arreglar el cuenco para dar de comer a papá y a mamá cuando fueran viejos.
El niño no quería que sus padres se sintieran tristes de mayores como su abuelo.
Los padres miraron al niño y se sintieron culpables. A partir de ese día el abuelo volvió a comer en la mesa con toda la familia. Todos lo trataban con la máxima amabilidad. Y así es como el pobre viejo se volvió a sentir querido y feliz.




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